sábado, 8 de agosto de 2015

Delirios y ataduras con el nudo mal hecho

Delirios y ataduras con el nudo mal hecho

Me levanté a las 4 de la tarde,
con el canto de un búho
vestido de payaso.
Vi a una tortuga jugando al
Black Jack con mi despertador;
el resultado estaba escrito
antes de que me despertase.

Me asomé por la ventana
de mi almohada y el
cielo estaba nublado.
Fue la primera vez
que vi al cielo
limitado.
Se oían los gritos de las nubes,
con sus retortijones
y sus llantos
y sus penas
y sus mujeres perdidas
y sus hijos abandonados
y sus sueños limitados
por el cielo.
Cogí el coche y fui al bar
más cercano.
Por el camino vi a un ciervo
comprando un fusil en una
armería, donde antes
había un hospital.
En la puerta había
un portero trajeado como
un juez, inmóvil e
impasivo, como una farola,
como una montaña,
como una tumba...
Me dejó entrar, sí,
pero tuve que sobornarle
con el dedo meñique de mi pie
izquierdo.
La camarera iba muy escotada,
resaltando más sus pechos
que sus lágrimas.
Le dije: Ya que nadie
mira aquellas gotas que recorren
tu rostro como caracoles,
deme una vaso bien caliente
de tus lágrimas más puras.
A lo que me contestó: Un hombre
que vende el dedo meñique
de su pie izquierdo sólo por beberse
unas lágrimas rancias, se merece
ese vaso.
Se rió como sólo una persona triste
puede reírse y me sirvió una jarra entera
de sus lágrimas.
Estaban dulces a la par de amargas,
como un cigarro.
Grité, partiendo uno de los cristales
de las ventanas del bar: ¡Quiero otra jarra
de este licor maldito!
La camarera me contestó con un bufido,
partiendo otro cristal: ¡Si sigues pidiendo
esa bebida, al final no quedará más!
"¡Eso espero joder! ¡Que algún día
toda esta mierda se acabe!
Y me sirvió otra jarra.
Una más dulce que amarga,
pero con cierto tono ácido,similar
al aguardiente...

Estuve horas y horas en ese bar,
encajonado entre sombras humanas
y sin cara.
En cuanto me anunciaron que
ya no quedaban más lágrimas
decidí volver a mi casa.
La camarera de los pechos saltones
se acercó y me besó.
"Tu lengua y tu saliva y tu sonrisa
y tu agradecimiento saben mejor
que tus lágrimas."
"Las cuales parecen que no te han subido
mucho."
"No me han subido, pero sí me están matando."
Cogió un cuchillo y me apuntó,
con sumo cuidado y con una gran caligrafía,
su número, en mi antebrazo derecho.
El portero tenía mi dedo metido
en la boca, a modo de chupete,
y ni se despidió de mí.
Ya era de noche.

Monté en el coche, quité el freno de mano,
lo arranqué, pisé el acelerador, pero
no se movía del sitio.
Bajé y di vueltas alrededor del coche,
mirando cualquier fallo.
Faltaba la rueda izquierda trasera.
El portero me miró y se rió.
Me dispuse a volver andando
a mi casa.

En medio de una calle había un hombre
tapado con una manta amarilla grisácea.
Estaba sentado, junto a una alcantarilla
abierta.
Me acerqué y le pregunté: Eh tío
¿Qué haces aquí?
El hombre sostenía entre sus manos
el mango de una caña de pescar,
cuyo sedal estaba dentro de la alcantarilla.
Me contestó: Intentando pescar. A ver
si tengo suerte y algún pardillo
con el corazón suelto,
la cabeza suelta,
y el vientre suelto,
ha dejado caer alguna esperanza
por las tuberías de su váter.
"¿Y hay suerte?"
"Aún no ha picado nada."
"Tal vez el error sea el cebo."
"No lo dudo amigo. En el anzuelo
está clavada mi alma."
Me fui y lo dejé a su entera
suerte, no fuera
que yo la ahuyentara.

Seguí andando.
La Luna menguó y se abalanzó
contra mí como una bala.
Salí corriendo, huyendo de su poder.
Mientras corría miraba atrás,
vigilando si aún me seguía.
La Luna iba rompiendo las farolas
a su paso.
Un paso arrollador y magnánimo.

Perdí de vista a la Luna
o ella me perdió a mí.
Me fui a mi cuarto.
La tortuga estaba tendida,
sin vida,
sobre mi colcha.
Tenía una aguja del despertador
atravesándola por el costado.
Mi almohada me dejó una nota:
"ME HE TENIDO QUE IR A VIVIR
A UN LUGAR CON EL CLIMA MÁS SECO."
Fui al comedor y el sofá ya estaba
dormido.
Me estiré sobre el suelo,
a su lado,
y me dispuse a ser víctima
de mis sueños.

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