Encerrado en mí mismo
Voy caminando por la Gran Vía
camino
a la plaza elíptica,
para
ir con mi amigo a beber
Tengo
el sol de frente
y
me deslumbra hasta el punto
que
solo veo por un pequeño
hueco
que hay entre mis párpados.
Es
como si la luz
se
me subiera a la cabeza
y
estallara.
Llevo
mis botas nuevas.
Las
estreno justo este día,
y
me hacen polvo los pies.
Cada
paso que doy
noto
cómo la piel se va separando
poco
a poco
de los huesos.
Es
un dolor que se extiende
por
todo el cuerpo,
pero
va perdiendo fuerza
a
la vez que se expande.
Pienso
en las heridas que tendré
cuando
me las quite.
Me
va a escocer más verlas
que
tocarlas por curiosidad.
La
resaca me mata en ese momento.
Lo
veo todo espeso
y
un poco borroso.
Me
duele la cabeza a horrores.
Tengo
sueño pero sin querer dormir,
es
tan solo el cansancio de mi cerebro,
intentando
arreglar los destrozos
que
hice anoche.
No
puedo evitar tirarme pedos.
Se
me escapan por mucho
que
intente retenerlos o,
al
menos,
dejarlos
huir muy lentamente,
como
si nadie hubiera abandonado
el
barco.
Son
molestos.
Noto
cómo vibran mis pantalones
cada
vez que me tiro un cuesco.
Y
hace un viento atroz.
No
deja de despeinarme.
Los
pelos se me meten en los ojos,
acarician
todo el rato mis orejas,
mi
frente
mis
mejillas.
Van
sin control.
Cansa
estar cada vez por tres
intentando
sujetar las largas
filigranas
que vuelan sujetas
a
mi cabeza.
Es
insufrible.
En
estos momentos en los que
se te juntan todas estas torturas,
es cuando uno se siente
encerrado
en su propio cuerpo.
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