La lluvia es muy perra
Voy por la calle,
mientras
llueve intensamente,
y
yo sin paraguas.
Cae
esa lluvia que a más de uno
nos
enfurece por
empaparnos
con esa
Esa
lluvia que cala
tu
chupa de cuero
Casi
sin avisar
y
sin que te des cuenta hasta
que
te tocas el brazo para rascarte
y
tienes la mano envuelta en agua
congelada.
Camino
por la acera
mojada,
tratando
que las gotas
que
se suicidan desde
las
ramas de los árboles
del
lado derecho
no hallen muerte en mi cabello,
y
que los coches que corren
por
la carretera de mi lado izquierdo
no
me salpiquen,
no
vaya a ser que me cague
en
su puta madre
e
intente ir a sus casas
para
arrojar agua por su salón.
Ni
caso. Las gotas de los árboles
siguen
rebotando en mi pelo
y
los
coches riegan
mis
piernas y parte de mi cintura.
No
hay un camino central
en
toda la anchura
de
la acera.
Agua
o agua.
En
ese momento es cuando
aparece
la idea lúcida
nítida
clara:
Si
lo llego a saber,
no
salgo de casa.
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