Me
levanté a eso de las 10:30, con la ayuda de mi despertador. Tenía como tono de
alarma Back in Black, de AC/DC
, siendo esa la primera canción que escuchas por
la mañana no te queda más remedio que hincar el pie sobre el suelo con una
amplia sonrisa y la energía de mil demonios. Pero, a pesar del furor que ese
ritmo de rock besaba mis oídos, la
resaca no me permitía ser un hombre hecho y derecho en ese momento. La cabeza
estaba en las últimas, se ve que tanto whisky no le sentó muy bien que digamos.
Notaba como si el cerebro estuviera latiendo, y oía a la perfección los golpes
que se daba contra la corteza. Quise subir el volumen de la música, pero
recordé que esa no era una muy buena solución, bueno, qué pijo, no era ni una
buena ni una mala solución, directamente no solucionaba una mierda, más bien
perjudicaba la inestable salud de mi pobre cabeza.
Fui
como pude a la cocina, puse a calentar en el microondas los dos trozos de pizza
que sobraron de anoche. Mientras se hacían fui corriendo al baño para vomitar.
Es gracioso porque, a pesar de que acababa de potar, aún tenía hambre. Las
pocas reservas que tenía de alcohol en el cuerpo ya me dijeron adiós, así que
más espacio para el desayuno. Devoré la pizza como si hubiera estado cinco
meses sin probar bocado. Si es que cuando hay hambre…
La
resaca me daba una sed increíble. Me bebí casi media botella de litro de agua
de un trago. Ahora estaba muchísimo mejor. Llamaron a la puerta. Era raro
porque no esperaba a nadie, y menos por la mañana. La gente que me conoce sabe
que a estas horas estoy o escribiendo, o durmiendo, o que simplemente no quiero
visitas. Si el que esperaba al otro lado de la puerta era conocido mío, algo
importante se avecinaba. Abrí la puerta.
-¡Buenos
días, Hugo!
Era
mi amigo Rodrigo, uno de las mejores personas que te puedes echar a la cara.
Cristiano, voluntario en Cáritas, amante de los animales, deportista, ávido
lector y soltero, así que chicas, aquí tenéis a la pareja de vuestros sueños.
Se
me quedó mirando al ver que no le salí con el típico “¡Buenos días, amigo
mío!”. Su mirada reflejaba una mezcla entre asco y sorpresa. Siguió hablando
él.
-¿Puedo
pasar?
-Claro.-le
contesté, con una voz ronca.
Cruzó
la puerta y entró a mi casa. Yo me senté directamente al sofá, no aguantaba
mucho de pie tal y como estaba. Él se sentó en la butaca de al lado.
-Cuidado
no toques nada, no vaya a ser que te infectes de SIDA o algo peor.-le dije, en
tono sarcástico.
-Eso
te iba a mencionar. ¿Cómo te las has arreglado para dejar la casa tan sucia?-dijo,
mientras se reía sutilmente.
Me
imaginaba como me veía en ese momento. Como un joven vagabundo que tuvo la
suerte de pillar una casa barata, pero que no fue dotado con el don de la
limpieza. Era muy vago, y cuando digo “muy” me refiero a ese tipo de personas
que dejaban la ropa en el fregadero para limpiar de una tajada los platos y las
camisetas, y qué decir de los calzoncillos. Después de limpiar los restos de
mierda que quedaban en los calzoncillos junto a mis tazas del desayuno ninguna
mancha te va a quitar el sueño, créeme.
-No
sé tío, es que últimamente he estado algo liado y no he encontrado un hueco
para poder limpiar. Oye, si tanto te molesta puedes limpiar tú. Mira, puedes
empezar por el baño, después puedes ir a por la cocina, ir a mi cuarto y
hacerme la cama…Tienes los productos de limpieza bajo el fregadero.
-Tampoco
te pongas así.-en ese momento el rostro juvenil de Rodrigo se tornó a un
aspecto más serio, incluso se podría decir paterno.-Bueno Hugo, he venido para
un asunto muy importante.
Joder,
nada más decirme eso me temía lo peor. Empecé a divagar por mi mente, barajando
varias ideas de lo que me iba a soltar en ese momento; ¿Se habrá muerto su
abuela? ¿Lo habrán echado del curro? ¿Mi madre ha resucitado de entre los
muertos y ahora va en busca de cerebros? No tenía ni idea de lo que podría ser.
Le pregunté.
-¿Qué
ha pasado ahora? No me jodas tío, más te vale que no me estropees la mañana con
malas noticias.
-Tranquilo,
si no es nada malo. ¿Recuerdas de lo que estuvimos hablando hará un par de
semanas?
-Hemos
hablado de tantas cosas ya….-contesté, dando vueltas a la memoria. Seguramente
estaría demasiado borracho el día que él dice.
-Ya
sabes. Lo de tu problema…
En
ese momento caí. Yo siempre tenía problemas. Problemas pequeños, grandes,
serios, memeces. Un amplio abanico de problemas y jodiendas a los que al final
uno se acostumbra a convivir con ellos. Lo que no entendí en su momento es por
qué, a lo que se refería, yo no lo consideraba dentro de mi lista de apuros.
-Sorpréndeme.
¿Qué has descubierto ahora?-dije con pasotismo. Me la soplaba en realidad lo
que me fuera a decir. La línea entre “marrón” y tontería estaba ya más que
cruzada.
-Pues
mira. Ayer me encontré con una anciana muy simpática, la cual canta en el coro
de la iglesia, y le planteé tu problema así, por encima. La mujer, tras
escuchar todo lo que te pasa, empezó a rebuscar por su bolso y me dio este
panfleto para ti.-sacó un papel doblado del bolsillo y me lo dio. Pasé de
alargar el brazo para coger un trozo que, para mí, era inservible, así que me
lo dejó en el regazo, se levantó y se dirigió a la puerta.-Al menos échale un
vistazo. Tal vez al final te des cuenta de que es lo mejor para ti.
Se
fue. Cogí el maldito papelillo ese y lo abrí. En él ponía que en la iglesia de
La Concepción, a las 16:00, harían una reunión a la que asistirán personas con
el mismo “problema” que yo. A pesar de que el mensaje en sí era una estupidez,
por conseguir que Rodrigo dejara de calentarme la cabeza con estas cosas decidí
asistir a la dichosa reunión. Eran las 11:30 de la mañana, aún tenía tiempo de
sobra para hacer todo lo que tenía que hacer. Me fui a dormir.
Cuando
desperté eran las 16:00. Me levanté, me lavé la cara, cagué, me vestí con lo
primero que encontré y salí corriendo mi casa. La iglesia estaba a más de 20
minutos andando de mi casa, así que iba con el tiempo justo. Tuve suerte y
llegué justo a la hora. Me quedé un buen rato sentado en las escaleras de la
entrada de la iglesia. A pesar de que sabía que iba con un poco de retraso,
decidí esperar y pensar bien lo que estaba a punto de hacer. Se supone que era
un gran paso para mí. Que a partir de esta reunión mi vida dará un giro de
360º. La gente me mirará de otra manera por la calle, mis vecinas dejarían de
esperar en el porche a que saliera de mi casa para empezar a cuchichear como
verdaderas marujas de barrio. Sería todo un sueño hecho realidad. Pero, si eso
era un sueño ¿Por qué tenía esa sensación de que estaba cometiendo un error
garrafal? Aaaaa, claro, porque estaría viviendo el sueño de los demás, no el
mío. Para mí lo importante es vivir conforme caminas. No pararse a pensar si lo
que te dicta el corazón es lo correcto o no. Suena cursi, lo sé, pero hay veces
que la cursilería barata dice más que un libro de filosofía. Duele admitir que
somos seres espirituales y que a veces no somos capaces de controlar nuestros
impulsos, pero es la cruda realidad. Este no era mi lugar, pero tengo que
descubrir que es lo que se trama en los rincones más oscuros de esa iglesia.
Entré
a la iglesia. Al parecer la reunión se hacía en pleno altar. Los pecadores y el
“salvador” estaban sentados, y el párroco ya llevaba un rato hablando, con la
Biblia en la mano. Cuando me acerqué lo suficiente como para que se percataran
de mi presencia el cura se calló, y todos los ahí presentes posaron su vista en
mí. Me sentía avergonzado por llegar tan tarde y cortarles el rollo. El cura me
habló.
-Hola
hijo mío. ¿Vienes para unirte a tus compañeros pecadores y así, juntos, bajo la
cautela de nuestro padre y salvador, librarte del infierno?-dijo, con el
carisma y la sonrisa típica de un dictador.
-Supongo.-
contesté. Y me senté en la primera silla que vi libre. Estaba entre una mujer
gordita, no tendría más de 22 años, con un piercing en el lado derecho de la
nariz, y el pelo tintado en azul; y entre un hombre delgaducho, de unos 30
años, con una larguísima nariz acabada en punto, ojos pequeños y rostro
desenfadado. Vaya un grupillo más mono.
-Hijo
mío.-dirigiéndose a mí el señor cura- ya que usted ha sido el último en llegar,
será el primero en hablar. Siempre es más difícil arrancar que empezar cuando
está todo en marcha.-mientras hablaba no dejaba de sonreír aquel mísero proyecto
de hombre.
-De
acuerdo, padre.-me levanté, carraspeé y me dispuse a presentarme-Buenas tardes a
todos, me llamo Hugo y sí, soy homosexual.
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