Capítulo
1: Insomnio
2:47 de la madrugada. Me volví a levantar,
como de costumbre, a altas horas de la noche. Tantos jodidos recuerdos recorren
mi maltratada memoria que tan solo puedo estar las 24 horas del día con los
ojos como platos, abiertos de par en par, y recorrer incontables veces las
habitaciones de mi piso con un cigarro en la mano. Primero por la cocina,
mirando el fregadero. La alta montaña de cubiertos, platos sucios, vasos que
mantenían una pequeña muestra de cerveza seca en sus bordes. Todos y cada uno
de los platos tenían pequeñas roturas en sus contornos por el descuido y la
brutalidad con la que “ordeno” la vajilla, apilada en una torre blanca y
amarillenta. Si mirabas con suma atención se podían ver pequeñas moscas
revoloteando alrededor de mi gran obra de gandulería. Tal vez se comieran y bebieran los restos de mi última cena. Bon apetit, moscas cojoneras.
Tras estar una hora al menos, sentado en una
de las sillas de la cocina, viendo cómo las moscas devoraban la suciedad y me
quitaban el trabajo de limpieza, caminé como un mísero zombi hacia el baño.
Quería ver cómo de feo y espantoso era mi rostro. Seguro que tendría unas
ojeras más grandes que mis ojos, algunas verrugas por la barbilla, una barba
que muestre al mundo lo vago que soy, el pelo largo y pringoso, como si me
hubiera restregado el aceite de cocina usado por la melena. Seguro que soy un
monstruo, y el espejo lo sabe, pero a veces se niega a decirme la verdad. Creo
que en la tienda me vendieron un espejo mentiroso, o al menos eso es lo que
quiero pensar. Que solo fui otra víctima de los grandes almacenes, que han
llegado a un trato con los gimnasios, tiendas de cosméticos, farmacias, centros
de cirugía estética, y todos los lugares que venden belleza y salud a los
marginados como yo. Seguro que es eso. Seguro que el espejo es un puto
embustero, y yo en realidad soy un hombre apuesto, que atrae a las chicas y que
se acabará follando a todas y cada una de ellas.
Entré en el baño con mucha curiosidad. La
curiosidad a veces es mejor tratarla como si tuvieras gases y no fueras capaz
de retener ni un solo pedo; deberíamos hacer lo posible para no dejarla escapar
al mundo.
Mis temores estaban en lo correcto. Había
adivinado mi rostro incluso antes de mirarme al espejo. Bueno, podría ser peor.
Un muerto no podría ni verse reflejado. Estoy vivo pero espantoso. Un muerto
tendría peor aspecto que yo, o al menos eso es lo que espero. Decidí salir del
baño. Quería huir de mí mismo y de la verdad, que me perseguía con un bate y un
kit de maquillaje.
El corto paseo por el cuarto de baño no había
sido muy satisfactorio que digamos. Esperaba que en el comedor hubiera algo que
no me deprimiera y me hundiese en mi propia mierda. ¿Pero qué puede haber en
esa habitación que no me recuerde cómo soy o, al menos, cómo son el resto? La
televisión, a esas horas, o echaban porno barato para adolescentes pajeros, o
aparecían esas brujas del tarot, con sus amuletos de bisutería, cartas
diabólicas que saben más que tu propio médico e incienso místico, para darle un
toque más de aquelarre al plató. Ninguna de esas opciones me agradaba, la
verdad.
Podía ir al sofá, pero en el sofá se sienta
uno para ver la TV o para dormir, e incluso para las dos cosas, y creo que,
para dormir, lo mejor es ir directamente a la cama, siempre y cuando te veas
dotado con la valentía necesaria para hacerlo. Si me iba a la cama lo último
que haría sería dormir. Notaré cómo mi cerebro late asustado, como si mi pasado
le diera patadas con imágenes traumáticas. No es posible dormir cuando, estando
despierto, no paras de cagarla y cagarla, hasta que tanta cagada te mancha,
tanto si estás despierto o dormido. Al menos, despierto, puedo buscar algo con
lo que entretenerme y dejar de echar marcha atrás mi vida.
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ResponderEliminarMuchas gracias por su comentario ;) espero que te guste el resto
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