domingo, 15 de marzo de 2015

Capítulo 1 de mi novela

Actualmente estoy trabajando en escribir una novela, mi primera novela. Por ahora solo llevo un capítulo, del cual dejo aquí un trozo. Al final de esta página encontrarás un link para descargar el capítulo completo en PDF.


Capítulo 1: Insomnio

2:47 de la madrugada. Me volví a levantar, como de costumbre, a altas horas de la noche. Tantos jodidos recuerdos recorren mi maltratada memoria que tan solo puedo estar las 24 horas del día con los ojos como platos, abiertos de par en par, y recorrer incontables veces las habitaciones de mi piso con un cigarro en la mano. Primero por la cocina, mirando el fregadero. La alta montaña de cubiertos, platos sucios, vasos que mantenían una pequeña muestra de cerveza seca en sus bordes. Todos y cada uno de los platos tenían pequeñas roturas en sus contornos por el descuido y la brutalidad con la que “ordeno” la vajilla, apilada en una torre blanca y amarillenta. Si mirabas con suma atención se podían ver pequeñas moscas revoloteando alrededor de mi gran obra de gandulería. Tal vez se comieran  y bebieran los restos de mi última cena. Bon apetit, moscas cojoneras.

Tras estar una hora al menos, sentado en una de las sillas de la cocina, viendo cómo las moscas devoraban la suciedad y me quitaban el trabajo de limpieza, caminé como un mísero zombi hacia el baño. Quería ver cómo de feo y espantoso era mi rostro. Seguro que tendría unas ojeras más grandes que mis ojos, algunas verrugas por la barbilla, una barba que muestre al mundo lo vago que soy, el pelo largo y pringoso, como si me hubiera restregado el aceite de cocina usado por la melena. Seguro que soy un monstruo, y el espejo lo sabe, pero a veces se niega a decirme la verdad. Creo que en la tienda me vendieron un espejo mentiroso, o al menos eso es lo que quiero pensar. Que solo fui otra víctima de los grandes almacenes, que han llegado a un trato con los gimnasios, tiendas de cosméticos, farmacias, centros de cirugía estética, y todos los lugares que venden belleza y salud a los marginados como yo. Seguro que es eso. Seguro que el espejo es un puto embustero, y yo en realidad soy un hombre apuesto, que atrae a las chicas y que se acabará follando a todas y cada una de ellas.

Entré en el baño con mucha curiosidad. La curiosidad a veces es mejor tratarla como si tuvieras gases y no fueras capaz de retener ni un solo pedo; deberíamos hacer lo posible para no dejarla escapar al mundo.

Mis temores estaban en lo correcto. Había adivinado mi rostro incluso antes de mirarme al espejo. Bueno, podría ser peor. Un muerto no podría ni verse reflejado. Estoy vivo pero espantoso. Un muerto tendría peor aspecto que yo, o al menos eso es lo que espero. Decidí salir del baño. Quería huir de mí mismo y de la verdad, que me perseguía con un bate y un kit de maquillaje.

El corto paseo por el cuarto de baño no había sido muy satisfactorio que digamos. Esperaba que en el comedor hubiera algo que no me deprimiera y me hundiese en mi propia mierda. ¿Pero qué puede haber en esa habitación que no me recuerde cómo soy o, al menos, cómo son el resto? La televisión, a esas horas, o echaban porno barato para adolescentes pajeros, o aparecían esas brujas del tarot, con sus amuletos de bisutería, cartas diabólicas que saben más que tu propio médico e incienso místico, para darle un toque más de aquelarre al plató. Ninguna de esas opciones me agradaba, la verdad.
Podía ir al sofá, pero en el sofá se sienta uno para ver la TV o para dormir, e incluso para las dos cosas, y creo que, para dormir, lo mejor es ir directamente a la cama, siempre y cuando te veas dotado con la valentía necesaria para hacerlo. Si me iba a la cama lo último que haría sería dormir. Notaré cómo mi cerebro late asustado, como si mi pasado le diera patadas con imágenes traumáticas. No es posible dormir cuando, estando despierto, no paras de cagarla y cagarla, hasta que tanta cagada te mancha, tanto si estás despierto o dormido. Al menos, despierto, puedo buscar algo con lo que entretenerme y dejar de echar marcha atrás mi vida.

Tras un breve debate interno sobre las maneras de luchar contra el aburrimiento, llegué a la mejor conclusión posible; coger una cerveza de la nevera (intentando no molestar a las moscas), y bebérmela mientras leo “Viento embriagado”, mi primer y único poemario editado. Nunca viene mal echar un vistazo a tus trabajos pasados, y menos si se trata de un poemario. En él se ponen sobre la mesa los sentimientos que padeciste en el momento que los escribiste. Son como fotos. Uno se siente como cuando se hace un viaje al extranjero, armado con una cámara, y haces fotos a todos los edificios, monumentos, parques, calles y rincones de la ciudad. Luego, en tu casa, miras las fotos que hiciste, y te invade una extraña sensación de añoranza (siempre y cuando el viaje haya salido impecable), y se las muestras a tus invitados para que vean cómo lo pasaste, todo lo que viste, paisajes que sólo se pueden ver en ese lugar en especial. La diferencia de un álbum de fotos  y un poemario está en que el álbum solo se lo enseñas a quien tú quieras pero, el poemario, lo puede coger cualquiera que pasee por una librería y, no encontrando nada de interés, coja por error tu libro, pensando que en él va a ver alguna novedad poética o algún verso que pueda poner, incluso, como su estado de Whatsapp. A eso podía llegar un poeta en pleno siglo XXI. A que alguna adolescente rebelde y antisistema lea tus poemas y, con un aire de intelectual, lo ponga en Twitter. A esto ha llegado la poesía contemporánea.

Para descargar el texto completo en PDF: Capítulo 1 

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