lunes, 16 de marzo de 2015

Encerrado en mí mismo

Encerrado en mí mismo

Voy caminando por la Gran Vía
camino a la plaza elíptica,
para ir con mi amigo a beber
cerveza en nuestro bar favorito.

Tengo el sol de frente
y me deslumbra hasta el punto
que solo veo por un pequeño
hueco que hay entre mis párpados.
Es como si la luz
se me subiera a la cabeza
y estallara.

Llevo mis botas nuevas.
Las estreno justo este día,
y me hacen polvo los pies.
Cada paso que doy
noto cómo la piel se va separando
poco a poco
de los huesos.
Es un dolor que se extiende
por todo el cuerpo,
pero va perdiendo fuerza
a la vez que se expande.
Pienso en las heridas que tendré
cuando me las quite.
Me va a escocer más verlas
que tocarlas por curiosidad.

La resaca me mata en ese momento.
Lo veo todo espeso
y un poco borroso.
Me duele la cabeza a horrores.
Tengo sueño pero sin querer dormir,
es tan solo el cansancio de mi cerebro,
intentando arreglar los destrozos
que hice anoche.

No puedo evitar tirarme pedos.
Se me escapan por mucho
que intente retenerlos o,
al menos,
dejarlos huir muy lentamente,
como si nadie hubiera abandonado
el barco.
Son molestos.
Noto cómo vibran mis pantalones
cada vez que me tiro un cuesco.

Y hace un viento atroz.
No deja de despeinarme.
Los pelos se me meten en los ojos,
acarician todo el rato mis orejas,
mi frente
mis mejillas.
Van sin control.
Cansa estar cada vez por tres
intentando sujetar las largas
filigranas que vuelan sujetas
a mi cabeza.
Es insufrible.

En estos momentos en los que
se te juntan todas estas torturas,
es cuando uno se siente
encerrado en su propio cuerpo.

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