martes, 17 de marzo de 2015

Relato corto: Hola, Hugo

Me levanté a eso de las 10:30, con la ayuda de mi despertador. Tenía como tono de alarma Back in Black, de AC/DC
, siendo esa la primera canción que escuchas por la mañana no te queda más remedio que hincar el pie sobre el suelo con una amplia sonrisa y la energía de mil demonios. Pero, a pesar del furor que ese ritmo de rock  besaba mis oídos, la resaca no me permitía ser un hombre hecho y derecho en ese momento. La cabeza estaba en las últimas, se ve que tanto whisky no le sentó muy bien que digamos. Notaba como si el cerebro estuviera latiendo, y oía a la perfección los golpes que se daba contra la corteza. Quise subir el volumen de la música, pero recordé que esa no era una muy buena solución, bueno, qué pijo, no era ni una buena ni una mala solución, directamente no solucionaba una mierda, más bien perjudicaba la inestable salud de mi pobre cabeza.

Fui como pude a la cocina, puse a calentar en el microondas los dos trozos de pizza que sobraron de anoche. Mientras se hacían fui corriendo al baño para vomitar. Es gracioso porque, a pesar de que acababa de potar, aún tenía hambre. Las pocas reservas que tenía de alcohol en el cuerpo ya me dijeron adiós, así que más espacio para el desayuno. Devoré la pizza como si hubiera estado cinco meses sin probar bocado. Si es que cuando hay hambre…
La resaca me daba una sed increíble. Me bebí casi media botella de litro de agua de un trago. Ahora estaba muchísimo mejor. Llamaron a la puerta. Era raro porque no esperaba a nadie, y menos por la mañana. La gente que me conoce sabe que a estas horas estoy o escribiendo, o durmiendo, o que simplemente no quiero visitas. Si el que esperaba al otro lado de la puerta era conocido mío, algo importante se avecinaba. Abrí la puerta.

-¡Buenos días, Hugo!

Era mi amigo Rodrigo, uno de las mejores personas que te puedes echar a la cara. Cristiano, voluntario en Cáritas, amante de los animales, deportista, ávido lector y soltero, así que chicas, aquí tenéis a la pareja de vuestros sueños.
Se me quedó mirando al ver que no le salí con el típico “¡Buenos días, amigo mío!”. Su mirada reflejaba una mezcla entre asco y sorpresa. Siguió hablando él.
-¿Puedo pasar?
-Claro.-le contesté, con una voz ronca.
Cruzó la puerta y entró a mi casa. Yo me senté directamente al sofá, no aguantaba mucho de pie tal y como estaba. Él se sentó en la butaca de al lado.
-Cuidado no toques nada, no vaya a ser que te infectes de SIDA o algo peor.-le dije, en tono sarcástico.
-Eso te iba a mencionar. ¿Cómo te las has arreglado para dejar la casa tan sucia?-dijo, mientras se reía sutilmente.

Me imaginaba como me veía en ese momento. Como un joven vagabundo que tuvo la suerte de pillar una casa barata, pero que no fue dotado con el don de la limpieza. Era muy vago, y cuando digo “muy” me refiero a ese tipo de personas que dejaban la ropa en el fregadero para limpiar de una tajada los platos y las camisetas, y qué decir de los calzoncillos. Después de limpiar los restos de mierda que quedaban en los calzoncillos junto a mis tazas del desayuno ninguna mancha te va a quitar el sueño, créeme.

-No sé tío, es que últimamente he estado algo liado y no he encontrado un hueco para poder limpiar. Oye, si tanto te molesta puedes limpiar tú. Mira, puedes empezar por el baño, después puedes ir a por la cocina, ir a mi cuarto y hacerme la cama…Tienes los productos de limpieza bajo el fregadero.

-Tampoco te pongas así.-en ese momento el rostro juvenil de Rodrigo se tornó a un aspecto más serio, incluso se podría decir paterno.-Bueno Hugo, he venido para un asunto muy importante.

Joder, nada más decirme eso me temía lo peor. Empecé a divagar por mi mente, barajando varias ideas de lo que me iba a soltar en ese momento; ¿Se habrá muerto su abuela? ¿Lo habrán echado del curro? ¿Mi madre ha resucitado de entre los muertos y ahora va en busca de cerebros? No tenía ni idea de lo que podría ser. Le pregunté.

-¿Qué ha pasado ahora? No me jodas tío, más te vale que no me estropees la mañana con malas noticias.

-Tranquilo, si no es nada malo. ¿Recuerdas de lo que estuvimos hablando hará un par de semanas?

-Hemos hablado de tantas cosas ya….-contesté, dando vueltas a la memoria. Seguramente estaría demasiado borracho el día que él dice.

-Ya sabes. Lo de tu problema…

En ese momento caí. Yo siempre tenía problemas. Problemas pequeños, grandes, serios, memeces. Un amplio abanico de problemas y jodiendas a los que al final uno se acostumbra a convivir con ellos. Lo que no entendí en su momento es por qué, a lo que se refería, yo no lo consideraba dentro de mi lista de apuros.

-Sorpréndeme. ¿Qué has descubierto ahora?-dije con pasotismo. Me la soplaba en realidad lo que me fuera a decir. La línea entre “marrón” y tontería estaba ya más que cruzada.

-Pues mira. Ayer me encontré con una anciana muy simpática, la cual canta en el coro de la iglesia, y le planteé tu problema así, por encima. La mujer, tras escuchar todo lo que te pasa, empezó a rebuscar por su bolso y me dio este panfleto para ti.-sacó un papel doblado del bolsillo y me lo dio. Pasé de alargar el brazo para coger un trozo que, para mí, era inservible, así que me lo dejó en el regazo, se levantó y se dirigió a la puerta.-Al menos échale un vistazo. Tal vez al final te des cuenta de que es lo mejor para ti.

Se fue. Cogí el maldito papelillo ese y lo abrí. En él ponía que en la iglesia de La Concepción, a las 16:00, harían una reunión a la que asistirán personas con el mismo “problema” que yo. A pesar de que el mensaje en sí era una estupidez, por conseguir que Rodrigo dejara de calentarme la cabeza con estas cosas decidí asistir a la dichosa reunión. Eran las 11:30 de la mañana, aún tenía tiempo de sobra para hacer todo lo que tenía que hacer. Me fui a dormir.

Cuando desperté eran las 16:00. Me levanté, me lavé la cara, cagué, me vestí con lo primero que encontré y salí corriendo mi casa. La iglesia estaba a más de 20 minutos andando de mi casa, así que iba con el tiempo justo. Tuve suerte y llegué justo a la hora. Me quedé un buen rato sentado en las escaleras de la entrada de la iglesia. A pesar de que sabía que iba con un poco de retraso, decidí esperar y pensar bien lo que estaba a punto de hacer. Se supone que era un gran paso para mí. Que a partir de esta reunión mi vida dará un giro de 360º. La gente me mirará de otra manera por la calle, mis vecinas dejarían de esperar en el porche a que saliera de mi casa para empezar a cuchichear como verdaderas marujas de barrio. Sería todo un sueño hecho realidad. Pero, si eso era un sueño ¿Por qué tenía esa sensación de que estaba cometiendo un error garrafal? Aaaaa, claro, porque estaría viviendo el sueño de los demás, no el mío. Para mí lo importante es vivir conforme caminas. No pararse a pensar si lo que te dicta el corazón es lo correcto o no. Suena cursi, lo sé, pero hay veces que la cursilería barata dice más que un libro de filosofía. Duele admitir que somos seres espirituales y que a veces no somos capaces de controlar nuestros impulsos, pero es la cruda realidad. Este no era mi lugar, pero tengo que descubrir que es lo que se trama en los rincones más oscuros de esa iglesia.

Entré a la iglesia. Al parecer la reunión se hacía en pleno altar. Los pecadores y el “salvador” estaban sentados, y el párroco ya llevaba un rato hablando, con la Biblia en la mano. Cuando me acerqué lo suficiente como para que se percataran de mi presencia el cura se calló, y todos los ahí presentes posaron su vista en mí. Me sentía avergonzado por llegar tan tarde y cortarles el rollo. El cura me habló.

-Hola hijo mío. ¿Vienes para unirte a tus compañeros pecadores y así, juntos, bajo la cautela de nuestro padre y salvador, librarte del infierno?-dijo, con el carisma y la sonrisa típica de un dictador.

-Supongo.- contesté. Y me senté en la primera silla que vi libre. Estaba entre una mujer gordita, no tendría más de 22 años, con un piercing en el lado derecho de la nariz, y el pelo tintado en azul; y entre un hombre delgaducho, de unos 30 años, con una larguísima nariz acabada en punto, ojos pequeños y rostro desenfadado. Vaya un grupillo más mono.

-Hijo mío.-dirigiéndose a mí el señor cura- ya que usted ha sido el último en llegar, será el primero en hablar. Siempre es más difícil arrancar que empezar cuando está todo en marcha.-mientras hablaba no dejaba de sonreír aquel mísero proyecto de hombre.

-De acuerdo, padre.-me levanté, carraspeé y me dispuse a presentarme-Buenas tardes a todos, me llamo Hugo y sí, soy homosexual.

-Hola Hugo.-dijeron todos al unísono.

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